miércoles, 23 de diciembre de 2015

La música nunca dejó de sonar. 2011. Jim Kohlberg.

   La música no es sólo un sonido que escuchamos cuando ponemos una canción. Es una máquina del tiempo que nos transporta al momento que vivimos cuando sonó para nosotros por primera vez, o cuando la escuchamos en un momento especial, feliz o triste. A todos nos ha pasado que un tema coge lo que era un recuerdo en nuestra mente y vuelve a hacerlo realidad por unos minutos. Una melodía que nos recuerda a esa persona, una letra que consiguió definir cómo nos sentíamos mejor que nosotros mismos, un grupo que con su música parece que hable de nuestra vida, una canción que nos dedicaron en un momento difícil... La diferencia entre nosotros y Gabriel Sawyer, el protagonista de esta película, es que para nosotros la música supone una ayuda para revivir esos momentos; para él, en cambio, es su única oportunidad.

   Helen y Henry Sawyer son una pareja de sexagenarios que reciben repentinamente una llamada del hospital, con la terrible noticia de que su hijo tiene un tumor cerebral. Ese tumor ha afectado gravemente a su memoria, no puede generar recuerdos nuevos, distinguir el presente del pasado, ni acordarse o explicar cosas que le han ocurrido en las últimas décadas. Sus padres asumen rápidamente la responsabilidad de sus cuidados, a pesar de que llevan 20 años sin verle. La historia se ambienta a finales de los años 80, pero lo realmente relevante es lo que sucedió esas dos décadas atrás. Gracias a uno de los recurrentes flashbakcs que durante la narración nos trasladan a los años 60, descubrimos que después de una fuerte discusión entre Henry y Gabriel por discrepancias de opinión sobre la guerra de Vietnam, este último se va de casa para no volver nunca.



   La enfermedad de nuestro protagonista es un enemigo poderoso, pero sus padres pronto se dan cuenta de que van a contar con un importante aliado para combatirla: la música. Gabriel responde favorablemente y consigue alcanzar momentos de lucidez y recuperar pasajes de su vida que parecían perdidos cuando escucha sus canciones favoritas. Con la ayuda de una terapeuta musical empieza a mejorar notablemente, siendo capaz de rescatar recuerdos e incluso de crear nuevos con la ayuda de ritmos y melodías.

   Sin embargo, el tumor de Gabriel es un Mcguffin, una excusa que le viene de perlas al director para hablarnos de lo que realmente va el film: el choque generacional existente entre padre e hijo contextualizado con la música que escucha cada uno. Ambos son unos melómanos, pero mientras Henry creció en una época en la que primaban valores como la rectitud, la disciplina, el patriotismo o el puritanismo, Gabriel lo hizo en los años 60, y se zambulló de cabeza en el movimiento hippie de la época. Y esa diferencia se ve reflejada claramente en los gustos musicales de cada uno de ellos.

   El primero explica su desconcierto perfectamente en una conversación con el segundo: "en mi época las canciones eran sencillas: chico conoce a chica; chico le dice que le gusta y acaban juntos; fin". Apela entonces a una simpleza que no encuentra en los temas que tiene que ponerle a Gabriel para que se recupere. El desconcierto mencionado se manifiesta cuando éste le explica el significado de cada canción. Y de esta forma llegamos a lo mejor de la película. Los diálogos paterno-filiales son sencillamente deliciosos. En ellos ambos consiguen alcanzar un nivel de comunicación que nunca habían tenido y recuperar una relación absurdamente perdida durante 20 años. Henry escucha embelesado cómo Gabriel le explica momentos de su vida, experiencias y pensamientos que van unidos a canciones de The Beatles, Rolling Stones, Bob Dylan o Grateful Dead. Música de una nueva generación, con una profundidad, complejidad y carga ideológica que se sitúa fuera del alcance de comprensión de Henry. Hasta ahora, que "gracias" a la enfermedad de su hijo ha empezado a escucharle e interactuar con él.

   Mención especial merece la escena en la que Henry le expone el significado de "Desolation row" de Dylan. Una fantástica forma de expresar la repercusión que tuvo la obra del genio de Minnesota en la formación ideológica en valores de paz, amor libre y concienciación de muchos jóvenes a través de sus metafóricas y comprometidas letras. En la película encaja a la perfección porque es el momento en el que Henry entiende el porqué de la oposición de su hijo a la guerra de Vietnam y tácitamente le da la razón, igual que en su opinión respecto a Nixon (Gabriel estaba en lo cierto: es un hijo de puta).

   Muy loables las cuatro interpretaciones principales, pero sobre todo destacar a J.K. Simmons, un veterano y talentoso actor que siempre consigue dar el punto exacto de emotividad a sus papeles. Desde luego el merecido Oscar de "Whiplash" no fue una casualidad.

   Lejos de calificarlo como un film sobre enfermedad al estilo "Despertares" o "Mi pie izquierdo", esta peli entra en el club de los "Treme", "Begin again", "Once" o "24 Hour Party People", una oda a la música en una pantalla de cine. Ten por seguro que cuanto más melómano/a seas, más te va a gustar. El pero que se le puede poner es ser tremendamente previsible, cosa muy normal en este tipo de obras.

   La ópera prima de Jim Kohlberg es una de esas películas que ves con una sonrisa dibujada en la cara. Es tierna, emotiva y a veces es posible que un poco sensiblera, pero la considero muy recomendable. Brian Molko, líder de Placebo, dijo: "Creo que es posible vivir sin música, aunque no sería agradable". Se equivoca, desde luego. Sin música es imposible vivir. Y si no, que se lo digan a Gabriel Sawyer.


Nota: 7/10
Lo mejor: la perfecta canalización de la relación padre-hijo a través de la música.
Lo peor: previsible, y busca en vano la lágrima fácil al final.
Primera película del director.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Funny games. 1997. Michael Haneke.

(CONTIENE SPOILERS)

   Que la violencia es un recurso muy presente en el cine contemporáneo es un hecho que admite poca discusión. Sobre todo las producciones salidas de Hollywood hacen un desmesurado uso de ella para que sus creaciones ganen atractivo. Obviamente, para no incomodar al espectador, ésta se trata siempre desde un punto de vista lúdico e incluso festivo, y dentro de unos márgenes que impiden que el espectador vuelva a casa con una mala sensación. La frivolidad con la que se trata y la seguridad de que al final todo acabará bien (el bueno triunfará y el malo recibirá su merecido) hacen posible introducir esa inmensa cantidad de violencia en las películas sin que, en la mayoría de casos, resulte chocante para el público.

   Al igual que Eastwood hizo con "Sin perdón" en el western, en "Funny games" Haneke nos ofrece una propuesta de "Quijote de las películas violentas". El objetivo de este film es hacer un replanteamiento de la relación violencia-cine a la que el espectador está acostumbrado. Susanne Bier también lo hizo hace unos años con su genial "En un mundo mejor", pero desde una concepción filosófica y ética del problema. El director austriaco no. Haneke va en busca de las vísceras del público, quiere sacudir conciencias diciéndole a la gente que lo que suelen ver en la pantalla no es algo bonito; todo lo contrario, es lo peor de la naturaleza humana y sin embargo se admite como diversión y entretenimiento. Y para ello no hace servir grandes fuegos de artificio, simplemente nos muestra lo que todos estamos más que acostumbrados a ver en una pantalla pero narrándolo de otra forma, una forma que no es agradable para el que está mirando.




 
   Paul y Peter son dos adolescentes que llegan a la casa estival de una acomodada familia burguesa a pedir una docena de huevos. Un inicio aparentemente inocente, pero nada más lejos de la realidad. Muy pronto los dos jóvenes empiezan a desarrollar un extraño comportamiento que la familia al principio no sabe interpretar. El desconcierto no les va a durar mucho. Paul y Peter enseguida adoptan una actitud agresiva, sin que medie en ella explicación ni razón alguna, con todos los miembros de la familia (matrimonio, hijo pequeño e incluso el perro).

   Hacia la mitad del metraje ya nos hemos dado cuenta de que los dos visitantes son unos psicópatas violentos y peligrosos. Sin embargo, poco más sabremos de ellos. Cuando acaba la película la información que tenemos es escasa: son muy jóvenes, visten de blanco, llevan guantes, nunca duermen ni comen y van de casa en casa. Para mí ésta es una de las principales razones de que la obra consiga el efecto deseado: en ningún momento atisbamos un porqué. Las razones de los villanos del cine para perpetrar sus maléficos planes suelen ser burdas, absurdas e incluso ridículas, pero existen. En Funny Games no. Paul y Peter son dos monstruos que actúan sin motivo conocido. Para el espectador esto supone un cortocircuito, una forma de desvincularle de las reglas clásicas del cine a las que están acostumbrados, y la principal razón de la indignación que le provocan los dos antagonistas.

   Vamos a asistir a casi dos horas de violencia sin sentido que va desde la vejación hasta la muerte, pasando por supuesto por el daño físico. En este itinerario los agresores se relamen, se lo toman con calma. Desde luego no tienen ninguna prisa en acabar lo que han empezado, poniendo todo el énfasis en incrementar la desesperación de las víctimas y, de paso, la nuestra, que nos pasamos esas dos horas esperando y deseando un vestigio de justicia. Haneke consigue que minuto a minuto crezca nuestra indignación, que alcanza su punto álgido con la brillante y desconcertante escena del mando a distancia. Cuando pensábamos que al menos Peter se ha llevado su merecido, Paul hace un "rewind" dejándonos ojipláticos y furiosos. Una escena realmente transgresora de un artista que siempre se ha tomado todas las licencias que ha querido y necesitado, y que aquí llevó a otro nivel lo de jugar con el espectador.

   Esa escena y el final son los dos jarros de agua fría que nos lanza la obra. Cualquier vana e ingenua esperanza de que algo va a salir bien, de que la película va a poner todo en su lugar y nos va a devolver al reconfortante comportamiento habitual del cine queda lapidada cuando la última víctima es lanzada al agua. Las víctimas mueren, todas; y los malos sobreviven y siguen con lo suyo.

   Funny Games es una experiencia tremendamente desagradable. Y ése es su mayor éxito, porque ése es su objetivo. El genio austriaco logra revolvernos el estómago con algo tan habitual como es una película violenta. Nos muestra lo que estamos más que acostumbrados a ver, y nos hace sentir mal. Desde luego es un film difícil de digerir, pero si se consigue interpretar y asimilar resulta muy ilustrativo, y puede llevarnos a una reflexión sobre la alegría con la que asistimos a la violencia en el séptimo arte.


Nota: 8/10

Lo mejor: no te deja indiferente.

Lo peor: el mensaje puede ser difícil de entender.

Otras películas interesantes del director: Amor, La cinta blanca, La pianista, Caché.

lunes, 30 de noviembre de 2015

Lost in translation. 2003. Sofia Coppola.

    Son pocas las ocasiones en las que una ciudad se puede contar entre los protagonistas de una serie o una película. En "Treme" o "The wire", de David Simon, tanto New Orleans como Baltimore tienen un papel fundamental en la obra. En el cine también hemos visto ejemplos, como "Midnight in Paris" de Woody Allen o, en este caso, Tokio en "Lost in translation".

   Bill Murray interpreta a Bob Harris, un talentoso actor que atraviesa una crisis de actividad creativa. Ya tiene cierta edad y siente que en la última etapa de su carrera los proyectos que ha emprendido no están a la altura de lo que él es capaz de dar. La situación de este personaje se asemeja bastante a la que Michael Keaton sufre en la reciente y brillante "Birdman". En este contexto, Harris viaja unos días a Japón a rodar unos poco estimulantes spots publicitarios.

   Allí se encuentra Charlotte, una jovencísima chica en una situación similar, pero por motivos diferentes. Ella, a diferencia del personaje de Murray, aún no ha encontrado su camino. Recién licenciada en filosofía, está en Tokio acompañando a su pareja, que es fotógrafo y pasa mucho tiempo trabajando. Scarlett Johansson, en uno de sus primeros papeles relevantes, consigue transmitir a la perfección la tristeza que aqueja a Charlotte por la falta de proyectos individuales, tanto personales como profesionales.




    Así, la película gira en torno a estos dos personajes (tres si incluimos a la ciudad), que comparten unos sentimientos de desazón, aburrimiento, tedio y crisis existencial por motivos, como ya hemos dicho, diferentes, pero con idéntico resultado. Bob y Charlotte empiezan a conocerse y entre ellos nace un afecto que se basa en la necesidad que los dos tienen de que alguien comprenda su situación, de sentir que no están solos con sus problemas.

    Dicha necesidad se ve altamente agravada por encontrarse en un país diferente, ajeno y extraño que ninguno de los dos es capaz de comprender, más aún encontrándose tan lejos de sus familias y amigos. Probablemente Tokio sea una ciudad para disfrutar enormemente desde un punto de vista turístico, pero en el momento en que se encuentran ambos personajes y las razones que les han llevado allí hacen que las dificultades que atraviesan se acentúen profundamente. Y esta es, para mí, la mayor virtud de la película. Sofia Coppola consigue que el espectador sienta en sus carnes el desarraigo cultural y social que sus dos protagonistas tienen que soportar. A través de situaciones que van desde lo insólito a lo absurdo, se experimenta perfectamente el desconcierto en el que se instalan ambos. Sin duda, Tokio es el pilar fundamental de la obra, la ciudad que establece el contexto en el que nadan y que consigue alcanzar un grado mucho más elevado de identificación con los personajes.

   El trabajo de los dos actores es realmente bueno. Desde una interpretación sosegada se traslada perfectamente la desesperanza de ambos personajes de manera íntima pero clara. Johansson empezaba a dar muestras de lo gran actriz que es, y que luego confirmaría en "Match Point" y tantos otros papeles. Murray, como siempre, genial.

   En su debe, la obra podría haber profundizado más en la relación entre ellos mediante el diálogo, pero es obvio que el objetivo de la directora era mostrarnos ésta más allá de las palabras. Los gestos y las miradas dicen mucho más que las conversaciones en este caso. La crítica que sí se le puede hacer es el ritmo narrativo. Entiendo que se trata de exponer la historia desde un punto de vista íntimo e incluso onírico, pero creo que durante parte del relato no se hubiera echado de menos algo más de ritmo.

  Estamos ante una de las historias más icónicas del cine de principio del siglo XXI, donde se nos muestra una relación atípica pero fácil de entender gracias a, como ya se ha dicho, la perfecta descripción del contexto geográfico y cultural que proporciona la capital japonesa. Bastante recomendable, si te gustan las historias tristes de encuentros casuales y trascendentes.


Nota: 7/10.
Lo mejor: Tokio y lo importante que es su papel en la historia.
Lo peor: el ritmo que marca no nos va a provocar un ataque al corazón.
Otras películas interesantes de la directora: "Las vírgenes suicidas".

miércoles, 28 de octubre de 2015

Masters of sex. Capítulo 1x05. 2013.

    William Masters fue un ginecólogo que estudió por primera vez la sexualidad humana desde un punto de vista médico-científico, junto con la psicóloga Virginia Eshelman. Ambos son los protagonistas de "Masters of sex", serie que narra aquel estudio.

    Ellos dos son el principal atractivo de la serie, dos personajes realmente geniales, aunque por motivos diferentes. Bill es el "Superman" de los ginecólogos, si hay algo que parece imposible en ese campo, él es el hombre que obrará el milagro. Una auténtica eminencia médica a quien su talento le obliga a asumir una responsabilidad gigante, descuidando gravemente otros aspectos de su vida para dedicarla casi enteramente a su trabajo.

    Virginia, por su parte, eclipsa completamente el mérito que pueda tener Bill. Ella también está volcada con el estudio, y trabaja tantas horas como él, pero además de eso aún tiene tiempo y energías para lidiar con el cuidado de sus dos hijos, batallar con sus dos ex-maridos, tratar de construir algo de vida sentimental, estudiar para seguir aprendiendo, ser al mismo tiempo secretaria y ayudante de Bill e incluso consolar a la mujer de éste en momentos difíciles en los que él está ausente, tanto física como emocionalmente.




    El capítulo cinco de esta serie es una genial lección de cómo desarrollar personajes en menos de una hora. Bill no puede tener hijos, pero lo que le ha dicho a su mujer, engañándola, es que ella es la estéril. Este hecho nos da una idea de lo orgulloso que es el protagonista, una persona acostumbrada a poderlo todo en su oficio, no soporta el ser incapaz de algo así. A pesar de esto, la mujer de Bill se queda embarazada, pero en este capítulo va a perder el bebé. Esta tragedia va a conseguir que veamos por primera vez a Bill Masters hundido y desesperado, pero no por el hecho de haber perdido a su hijo. Lo que más le duele es no haber podido impedir el aborto, que su enorme talento no ha servido para nada. Esto, unido a la certeza de que no volverá a haber otro embarazo, es más peso del que la espalda de Bill Masters puede aguantar. El ginecólogo paga su frustración con su madre, una mujer (la verdad) odiosamente entrometida e ingenua. Ella trata de animar a su hijo de la peor forma que se puede animar a un hombre de ciencia que ha fracasado en su especialidad: apelando a dios, a la fe y a que gracias a eso "todo saldrá bien". Su hijo sabe que no será así: "hay un término para su curioso hábito, madre. Lo denominamos hacerse ilusiones, o autoengaño, o enfermedad".

    Y en el polo opuesto se encuentra Virginia. Ella también acaba el capítulo hundida, pero por razones prácticamente contrarias a las de Bill. Con una actitud realmente solidaria, se mantiene al lado de la pareja en todo momento para ayudarlos a sobrellevar el trauma. Y le da a cada uno de ellos lo que necesita: a Bill trabajo, es el único refugio en el que se siente a gusto; a su mujer, apoyo moral, sentimental y (más importante) femenino que Bill es incapaz de darle. Este comportamiento altruista provoca un conflicto con su hijo pequeño, que muestra una actitud hostil hacia su madre, ya que considera que no se ocupa de él al no poder pasar tiempo a su lado. Nada más lejos de la realidad, obviamente. La historia de nuestra protagonista es la historia de muchas mujeres que lo dieron y lo dan todo y que nunca reciben el reconocimiento que merecen. Virginia se desloma día a día para dar a sus hijos una vida digna, pero ha cometido el terrible e indecente pecado de querer tener una vida propia, personal y profesional. Eso en los años 60 es una verdadera hazaña, lo normal es tomar una decisión dicotómica: hijos o trabajo. Ella no está dispuesta a resignarse a esa injusta elección, lo que le cuesta el odio de su hijo, que quiere más a su padre a pesar de que éste no quiere verlo más allá de fines de semana ocasionales. La protagonista no puede ocultar más la frustración, está nadando en un mar falocéntrico tratando de no ahogarse: "hago todo lo que puedo, pero ya veo que no es suficiente. Henry me odia, porque siempre estoy trabajando. Y no le culpo, la verdad".

    "Masters of sex" es una serie que basa su atractivo casi por completo en sus personajes, y la relación entre éstos. Otra de las virtudes más importantes es que reivindica en todo momento un "feminismo natural" al más puro estilo "Mad men". Esto es, no hace falta que la serie incluya grandes injusticias hacia las mujeres que se producían en aquella época; simplemente narrando con naturalidad la realidad vivida por el género femenino ya es suficiente para que, con la visión actual, veamos el machismo presente y latente de los años 60 y el enorme mérito que tuvieron pioneras como Virginia.



Lo mejor: Virginia.
Lo peor: la serie depende totalmente de los dos personajes principales.
Nota del capítulo: 9/10

martes, 13 de octubre de 2015

Gett: el divorcio de Viviane Amsalem. 2015. Shlomi y Ronit Elkabetz.

     El “gett” es el divorcio religioso judío. En Israel existen dos maneras de disolver un matrimonio: el divorcio civil no supone mayor problema, es concedido con rapidez y separa a la pareja de inmediato; más difícil resulta acceder a un divorcio religioso, puesto que conlleva un procedimiento más largo y muchas probables dificultades si no hay un acuerdo mutuo en la pareja.

     El gett tiene que llevarlo a cabo un Tribunal Rabínico, órgano colegiado formado por tres rabinos. Sólo a través de este tipo de órgano es posible conseguir el gett. Se trata de un procedimiento que apenas se dilata un par de horas, lo suficiente para escuchar a las partes y los testigos que, en su caso, sean necesario. Ahora bien, ¿qué sucede cuando uno de los dos miembros de la pareja no está dispuesto a acabar con el matrimonio? Es aquí donde se manifiestan los problemas. En principio, el gett no se concede sin el acuerdo de ambas partes. El Tribunal no puede obligar a disolver el matrimonio judío si no existe conformidad de ambos cónyuges.

     Ahora bien, la discriminación sexista de este proceso la encontramos en las prerrogativas con las que cuenta el Tribunal, que son algo diferentes dependiendo de qué cónyuge se niegue a conceder el gett. Si el hombre se niega, la mujer no puede volver a casarse, ni tener relaciones ni contacto con otros hombres mientras el matrimonio no llegue a su fin. Los rabinos pueden tomar medidas coercitivas si se da este caso: retirar el permiso de conducir al marido, cancelarle las cuentas bancarias o, incluso, en casos extremos, penas de prisión. Pero nunca se le va a permitir a la mujer volver a casarse ni estar con otros hombres mientras esta negativa se mantenga. Es el marido el que tiene la última palabra. Sin embargo, en el caso contrario, si la mujer se niega a conceder el divorcio, el Tribunal tiene la potestad, además, de dar permiso al marido para que mantenga relaciones con otras mujeres.

     Hasta aquí las características que significan una discriminación expresa en lo referente al gett. La otra, la que siempre aparece en temas de género, es la discriminación tácita. En Israel hay cientos de mujeres atrapadas en matrimonios no deseados, mientras que sólo se conocen dos casos de hombres que quieren acceder al divorcio y no lo consiguen por la negativa de sus mujeres. El término para describir a estas mujeres retenidas en matrimonios fracasados es “agunah” (encadenada).





     En este contexto se desarrolla “Gett: el divorcio de Viviane Amsalem”. En el film se expone la desesperación de la protagonista, que ve su vida convertida en un infierno debido a la terca negativa de su marido a concederle el divorcio. La película no sigue los códigos narrativos clásicos del cine, ya que la acción transcurre por completo en la sala del juzgado, y el desarrollo temporal utiliza al menos media docena de elipsis de entre dos y seis meses entre sesiones. El planteamiento de la película es bastante aséptico, en el sentido de que no se nos muestra en ningún momento lo que pasa fuera de la sala: cómo son o eran las discusiones entre la pareja, si hubo malos tratos, ni siquiera se ahonda en exceso en los motivos por los cuales ella quiere divorciarse. Queda bastante claro que los directores no querían intoxicar la trama con estas cuestiones, sino hacer una exposición más rasa: Viviane quiere divorciarse de su marido, por los motivos que sea, no lo ama y eso ya es suficiente, no es necesaria más justificación.

     Nos encontramos por lo tanto ante una obra de denuncia social. En ella se reprueba la preferencia de una dogmática institución como el matrimonio sobre la libertad individual de la persona. Viviane va a tener pocos aliados en su lucha contra la teocracia, los convencionalismos y el machismo existente en diversas facetas de la cultura judía: la religión, la justicia, el Estado, la familia o el sexo. Pero su determinación es firme, y no está dispuesta a ceder ante el aluvión de mentalidades falocéntricas que pretenden mantenerla encadenada eternamente.



Nota: 7/10.

Lo mejor: como tantas otras veces, el cine nos brinda la oportunidad de conocer realidades que de otra forma seguiríamos ignorando.

Lo peor: la explicación de los cuatro primeros párrafos de la crítica no está incluida en la película, se hubiera agradecido.

martes, 29 de septiembre de 2015

Martín (Hache). 1997. Adolfo Aristarain.

    Si hay un cine que coloca el diálogo como pilar fundamental de este arte, es el argentino. "Martín (Hache)", de Aristarain, es una de las películas más representativas en los últimos 20 años de esta forma de entender el séptimo arte. El film de Aristarain se compone exclusivamente de cuatro personajes y conversaciones, muchas conversaciones entre ellos.

   Hache es un chaval de 19 años de Buenos Aires que sufre una sobredosis de cocaína que es interpretada por su familia como un intento de suicidio. El chico está un poco perdido, no consigue encontrar un rumbo a seguir ni intereses que le satisfagan, pero está muy lejos de ser un suicida, aunque nadie le cree. Lleva 5 años sin ver a su padre, así que su familia piensa que lo mejor para que se centre es enviarlo a vivir a Madrid con él.

    Su padre es Martín, argentino también pero residente en España desde hace 20 años, un acomodado director y guionista de cine solitario. Altivo, arrogante, se trata de un personaje con un complejo de superioridad que no se esfuerza en disimular. Lo que más odia Martín es la mediocridad, cosa que durante toda la película se va a encargar de dejarnos bien claro.

    Los otros dos personajes son Alicia y Dante. Alicia se dedica al montaje audiovisual. Es la pareja de Martín, al que ama e idolatra por igual, a pesar de ser mucho más joven que él. Dante es amigo de Martín y Alicia, un talentoso y peculiar actor que probablemente sea el mayor hedonista que haya dado el cine.




  Y no se necesita más. Con ellos el director nos regala una película genial, de ésas que te mantienen boquiabierto mientras ves hablar a sus protagonistas. En ella se reflexiona sobre las relaciones paterno-filiales, el amor, la amistad, las drogas, el sexo; los personajes debaten de manera brillante sobre política, ideología, música, literatura, etc. Todos están perfectamente construidos y desarrollados, cada uno con características propias, pero los cuatro detentan una complejidad impresionante. De hecho, probablemente ése sea el único "pero" que se le puede poner a la película: los personajes son tan perfectos que si eres un espectador muy exigente, los puedes considerar inverosímiles. No debe ser nada fácil encontrar personas así en "la vida real".

    Los lazos afectivos entre los cuatro son el verdadero argumento de la película. Son como una cuerda que se va tensando conforme va avanzando la historia, en base sobre todo a la relación amorosa de Alicia y Martín y a la preocupación por la situación de Hache que tienen los otros tres, y sobre la que mantienen opiniones bien diferentes.

    El guión, por tanto, es el pilar central sobre el que se sustenta la peli. Una exquisita obra de artesanía literaria puesta al servicio de cuatro actorazos que bordan sus papeles. De él emanan unos diálogos fantásticos, a la altura de los mejores Mankiewicz o Wilder. A día de hoy, con el peso que la acción externa ha adquirido en el arte audiovisual, no es posible encontrar diálogos de este calibre (a excepción, probablemente, de Mad Men y Woody Allen). Una obra clave del cine de los 90 de un director tristemente poco prolífico y conocido.


Nota: 9/10.
Lo mejor: sus diálogos y sus personajes.
Lo peor: poco creíble el control que tienen sobre el consumo de drogas.
Otras películas interesantes del director: Lugares comunes, Un lugar en el mundo, Roma.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Antonio Vega. Tu voz entre otras mil. (2014). Paloma Concejero.

   Antonio Vega es probablemente el mejor músico que ha dado este país. Si hubiera que darle nombre a la música española, sería el suyo. Si fuera una canción, sería “La chica de ayer”. Yo tuve la suerte de verlo en concierto dos veces antes de que muriera. La primera fue un concierto muy triste en un desaparecido (normal, por otra parte) festival en La Nucía, Alicante. Él estaba muy incómodo y se notaba que estaba deseando acabar e irse. Pero un año después, el 9 de febrero de 2008, pude verlo tranquilamente sentado en el Auditorio de Gandía. Un concierto que no olvidaré jamás. Creo que nadie puede transmitir tanta sensibilidad como él en un escenario. Casi no levantaba la cabeza, pero tuvo a todo el público embelesado las casi dos horas que duró la actuación. Fue la primera vez que escuché “Me quedo contigo”, y le dije a la persona que me acompañaba (y que me “descubrió” a Antonio): “pero cómo no me habías enseñado esta canción antes”.





  Más allá de mi experiencia personal, de la película hay que decir que no es en absoluto un documental-homenaje. Es más bien un documental narrativo de su vida. No de su carrera musical, sino de su vida como persona, aunque la segunda incluya a la primera, claro. En él se nos muestra tanto sus luces (que fueron muchas) como sus sombras (que fueron bastantes menos, no por ello pocas). Se trata de un repaso cronológico a través de imágenes, vídeos de conciertos y declaraciones de amigos, familiares y compañeros.

   Después de dos horas de todo eso, sigo sin conocer cómo era Antonio. Y creo que nadie lo conocía en realidad. Desde luego es un artista irrepetible, pero también una persona irrepetible. Su carácter introvertido, su enorme timidez y su faceta excéntrica definían a una persona extremadamente compleja. Esto se intuye en el documental, en forma de testimonios contradictorios y cosas que no quedan claras sobre algunos aspectos de su vida. Lo que sí queda claro es que fue un hombre que lo pasó muy mal en algunos momentos, al que las cosas le afectaban de una manera extraordinaria. Y es lo más admirable de él: que consiguiera dejarnos un legado musical de este calibre en las condiciones en las que tuvo que elaborarlo. O, quizá, precisamente era tan bueno por esa hipersensibilidad que “sufría” y esos problemas que tuvo. Yo no lo sé, pero en cualquier caso consiguió dejar una huella imborrable en la música española teniendo que lidiar con una vida realmente traumática.

   Si algo hay que reprocharle al documental, es que no dedique más tiempo del metraje a analizar su música. De hecho, la mayor parte de él está destinada a que intentemos conocerlo como persona, cosa que, como ya he dicho, no se consigue. No obstante, es muy efectivo a la hora de provocar emociones, te saca sonrisas cuando se cuentan anécdotas o se muestran vídeos de su juventud; y te pone mal cuerpo cuando expone los problemas que tuvo con las drogas o hasta qué punto le afectó la muerte de su mujer Marga.




   Se trata, en definitiva, de un muy buen trabajo biográfico, documentado y objetivo. Como premio, nos llevamos el volver a escuchar fragmentos de una veintena de canciones de Nacha Pop y de él en solitario. Es el mejor regalo que nos puede hacer la película: su música.

   Antonio Vega falleció el 12 de mayo de 2009, a la edad de 51 años.


Nota: 8/10

Lo mejor: escuchar “El sitio de mi recreo” por enésima vez, y que por enésima vez se me ponga la piel de gallina.

Lo peor: sufrió mucho, tuvo problemas, enfermó y murió muy joven. :'(

martes, 15 de septiembre de 2015

Lejos del mundanal ruido. (2015). Thomas Vinterberg.

       Carey Mulligan es una joven y hermosa chica que hereda inesperadamente la granja de su tío. De la noche a la mañana tiene que asumir el papel de patrona, teniendo a su cargo a medio centenar de trabajadores. A pesar de que tiene que lidiar con el machismo de la época (finales del siglo XIX)  y el sector, nuestra protagonista tiene carácter, personalidad y valentía. Pero es joven e inexperta, y pronto se da cuenta de esto. No es ninguna "Superwoman", se vuelve altiva por momentos, casi despótica, comete errores, y se encuentra con situaciones que no puede ni sabe gestionar.




      En este contexto, Carey tiene tres pretendientes. Uno de ellos es uno de sus trabajadores; un hombre amable, trabajador, guapo y que se desvive tanto por ella como por su granja (él es el que la ayuda en esas aludidas situaciones). Pero es un proletario, sería una vergüenza que un hombre fuera mantenido por una mujer. El segundo es un vecino, también propietario de una granja, un hombre admirado y agradable. Ella le tiene respeto y cierto cariño, pero no lo ama, y además no lo necesita para tener una vida holgada, ella es autosuficiente. El último de ellos es un ex-soldado que tiene cierta fama de mala persona, pero por el que nuestra protagonista se siente muy atraída. ¿A cuál de los tres elegirá?

      Considero una de las mayores virtudes de la película el hecho de que los tres pretendientes no asuman el papel de "gallito" y se peleen entre ellos, ni física ni dialécticamente por la pretendida, como si ésta fuera un trofeo a ganar (un defecto casi unánime en este tipo de historias). Mulligan es la protagonista absoluta de la peli, y eso hace que ésta gane muchos enteros. Es una de esas actrices encantadoras y que rebosan talento, de las que con un gesto de su cara o una mirada consigue exteriorizar lo que otras necesitan 20 segundos de diálogo para expresar. Ella solita sostiene todo el film con su brillante interpretación. No sé si va a ser más tarde o más temprano, pero esta chica no se va a quedar sin Oscar.

   Vinterberg consigue mantener una narración muy solvente durante todo el metraje, es un director que tiene el talento suficiente para expresar con el transcurso de la acción y la interactuación de los personajes exactamente lo que quiere. Hasta el final, que para mí es el mayor defecto de la película. Un innecesario "giro inesperado" y la previsibilidad de dicho final suponen una pequeña decepción. La película es una adaptación de la novela homónima de Thomas Hardy, así que supongo que no podemos echarle la culpa al director danés por estos "defectos".

      En definitiva, la película vale mucho la pena, sobre todo por la actriz protagonista, a la que no hay que perderle la pista porque pronto podremos verla en la prometedora "Sufragistas". Yo no me la voy a perder, desde luego.

Lo mejor: Carey Mulligan.
Lo peor: el final.
Nota: 7/10
Otras películas interesantes del director: Celebración (primera película Dogma); Submarino; La caza.