lunes, 14 de diciembre de 2015

Funny games. 1997. Michael Haneke.

(CONTIENE SPOILERS)

   Que la violencia es un recurso muy presente en el cine contemporáneo es un hecho que admite poca discusión. Sobre todo las producciones salidas de Hollywood hacen un desmesurado uso de ella para que sus creaciones ganen atractivo. Obviamente, para no incomodar al espectador, ésta se trata siempre desde un punto de vista lúdico e incluso festivo, y dentro de unos márgenes que impiden que el espectador vuelva a casa con una mala sensación. La frivolidad con la que se trata y la seguridad de que al final todo acabará bien (el bueno triunfará y el malo recibirá su merecido) hacen posible introducir esa inmensa cantidad de violencia en las películas sin que, en la mayoría de casos, resulte chocante para el público.

   Al igual que Eastwood hizo con "Sin perdón" en el western, en "Funny games" Haneke nos ofrece una propuesta de "Quijote de las películas violentas". El objetivo de este film es hacer un replanteamiento de la relación violencia-cine a la que el espectador está acostumbrado. Susanne Bier también lo hizo hace unos años con su genial "En un mundo mejor", pero desde una concepción filosófica y ética del problema. El director austriaco no. Haneke va en busca de las vísceras del público, quiere sacudir conciencias diciéndole a la gente que lo que suelen ver en la pantalla no es algo bonito; todo lo contrario, es lo peor de la naturaleza humana y sin embargo se admite como diversión y entretenimiento. Y para ello no hace servir grandes fuegos de artificio, simplemente nos muestra lo que todos estamos más que acostumbrados a ver en una pantalla pero narrándolo de otra forma, una forma que no es agradable para el que está mirando.




 
   Paul y Peter son dos adolescentes que llegan a la casa estival de una acomodada familia burguesa a pedir una docena de huevos. Un inicio aparentemente inocente, pero nada más lejos de la realidad. Muy pronto los dos jóvenes empiezan a desarrollar un extraño comportamiento que la familia al principio no sabe interpretar. El desconcierto no les va a durar mucho. Paul y Peter enseguida adoptan una actitud agresiva, sin que medie en ella explicación ni razón alguna, con todos los miembros de la familia (matrimonio, hijo pequeño e incluso el perro).

   Hacia la mitad del metraje ya nos hemos dado cuenta de que los dos visitantes son unos psicópatas violentos y peligrosos. Sin embargo, poco más sabremos de ellos. Cuando acaba la película la información que tenemos es escasa: son muy jóvenes, visten de blanco, llevan guantes, nunca duermen ni comen y van de casa en casa. Para mí ésta es una de las principales razones de que la obra consiga el efecto deseado: en ningún momento atisbamos un porqué. Las razones de los villanos del cine para perpetrar sus maléficos planes suelen ser burdas, absurdas e incluso ridículas, pero existen. En Funny Games no. Paul y Peter son dos monstruos que actúan sin motivo conocido. Para el espectador esto supone un cortocircuito, una forma de desvincularle de las reglas clásicas del cine a las que están acostumbrados, y la principal razón de la indignación que le provocan los dos antagonistas.

   Vamos a asistir a casi dos horas de violencia sin sentido que va desde la vejación hasta la muerte, pasando por supuesto por el daño físico. En este itinerario los agresores se relamen, se lo toman con calma. Desde luego no tienen ninguna prisa en acabar lo que han empezado, poniendo todo el énfasis en incrementar la desesperación de las víctimas y, de paso, la nuestra, que nos pasamos esas dos horas esperando y deseando un vestigio de justicia. Haneke consigue que minuto a minuto crezca nuestra indignación, que alcanza su punto álgido con la brillante y desconcertante escena del mando a distancia. Cuando pensábamos que al menos Peter se ha llevado su merecido, Paul hace un "rewind" dejándonos ojipláticos y furiosos. Una escena realmente transgresora de un artista que siempre se ha tomado todas las licencias que ha querido y necesitado, y que aquí llevó a otro nivel lo de jugar con el espectador.

   Esa escena y el final son los dos jarros de agua fría que nos lanza la obra. Cualquier vana e ingenua esperanza de que algo va a salir bien, de que la película va a poner todo en su lugar y nos va a devolver al reconfortante comportamiento habitual del cine queda lapidada cuando la última víctima es lanzada al agua. Las víctimas mueren, todas; y los malos sobreviven y siguen con lo suyo.

   Funny Games es una experiencia tremendamente desagradable. Y ése es su mayor éxito, porque ése es su objetivo. El genio austriaco logra revolvernos el estómago con algo tan habitual como es una película violenta. Nos muestra lo que estamos más que acostumbrados a ver, y nos hace sentir mal. Desde luego es un film difícil de digerir, pero si se consigue interpretar y asimilar resulta muy ilustrativo, y puede llevarnos a una reflexión sobre la alegría con la que asistimos a la violencia en el séptimo arte.


Nota: 8/10

Lo mejor: no te deja indiferente.

Lo peor: el mensaje puede ser difícil de entender.

Otras películas interesantes del director: Amor, La cinta blanca, La pianista, Caché.

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