viernes, 5 de mayo de 2017

FEUD: Bette and Joan. 2017. Serie de TV.

Cine y feminismo son dos conceptos que, tristemente, han seguido por lo general caminos paralelos. Hemos tenido que esperar mucho tiempo para ver en la pantalla a personajes femeninos con relevancia y protagonismo. Si bien en las últimas dos décadas esto se ha solventado un poco, no hay duda de que estamos muy lejos de alcanzar la igualdad en el séptimo arte. El número de mujeres nominadas y ganadoras en cualquier gala de premios es sensiblemente inferior al de los hombres. Las personajes femeninas protagonistas en películas y series son mucho menos frecuentes que los masculinos. El test de Bechdel, que si bien no mide lo feminista que es un film, sí la presencia femenina en él, sigue sonrojando al 80% de películas que se estrenan en la actualidad. Y el pánico a envejecer aún hoy lo experimentan muchas actrices. En el cine clásico ha habido notables y honrosas excepciones en cuanto a obras feministas. "Alma en suplicio", "La sal de la tierra" o la española "Calle mayor", entre otras, nos dieron lecciones de feminismo ya en los años 40 y 50. Pero no eran más que eso, excepciones. Un oasis en medio de un desierto de machismo y misoginia que las mujeres que querían actuar y dirigir en la época dorada del cine tuvieron que sufrir. "FEUD: Bette y Joan" es una serie creada por Ryan Murphy que analiza esta situación a través de la relación que tuvieron dos de las mejores actrices de la historia: Bette Davis y Joan Crawford, sobre todo en el contexto de la producción y rodaje de "¿Qué fue de Baby Jane?".

Cuando Robert Aldrich rodó la película, ambas actrices ya habían superado hacía tiempo los 50 años. Lo primero que nos muestra la serie es el desasosiego de las dos ante la ausencia de ofertas de trabajo. Hasta el punto de que es Joan la que tiene que sacar adelante el proyecto, convenciendo a Aldrich, para que éste convenza a Jack Warner, que se mostraba realmente reacio a financiar el film. Baby Jane fue un éxito rotundo, y con posterioridad la serie va a explicar la injusticia que supuso el "reparto de mérito". Crawford no fue nominada al Oscar, Davis sí pero no lo ganó; las dos siguieron sin recibir guiones importantes; Warner presumió de colocar la película entre las más vistas del año; y Aldrich, que hasta el momento se consideraba un director más bien del montón, consiguió financiación para rodar los proyectos que quería (entre ellos, "Doce del patíbulo").

Aunque en teoría la serie se centra en la rivalidad de las dos estrellas, considero que el mayor atractivo de la misma no está en ese tema. La denuncia del trato a la mujer en el Hollywood de mediados de siglo, las actitudes de las protagonistas ante las adversidades de su profesión (Crawford, desesperación; Davis, rebeldía) o las pequeñas muestras de sororidad de ambas a pesar del ya mencionado contexto de hostilidad son el mayor atractivo de la serie. Los diálogos de FEUD son realmente extraordinarios, no se veían conversaciones tan mordaces e irónicas en la televisión desde "Mad men". Y es que la construcción y desarrollo de personajes se parece mucho al de la obra maestra de Mathew Weiner: vamos a conocer a Crawford, Davis y el resto de protagonistas mediante sublimes duelos dialécticos entre ellas.




La obra consigue expresar y explicar a la perfección la absurda rivalidad y competitividad a la que son empujadas las mujeres en casi cualquier ámbito profesional. El cine, por lo visto, no es ninguna excepción. Joan y Bette son dos de las mejores actrices que han existido, pero se embarcan en una enemistad sin sentido motivada por las inseguridades que sufren. Hacia el final de la serie, ambas se lo "confiesan" a la otra. En medio de una discusión, se preguntan mutuamente qué se sentía al ser la más guapa del mundo (Crawford) y las más talentosa (Davis). La respuesta de las dos es idéntica: "era (en pasado) estupendo, pero nunca fue suficiente". Creo que es uno de los momentos cumbre de toda la obra. Con pocas palabras se consigue reflejar los dos leitmotivs de la serie. Por una parte, el pretérito imperfecto que usan las dos al responder manifiesta la trágica nostalgia del éxito pasado y perdido que tantas veces y de forma tan brillante hemos visto en el cine ("El crepúsculo de los dioses", "Eva al desnudo" o la más reciente "The artist"). Por otro, supone una denuncia de la leonina exigencia a la que las actrices son sometidas por parte de directores, productores y público. No es el único momento en el que se van a plasmar estas dos ideas. Muy al contrario, a lo largo de sus ocho episodios la serie va a hacer bastante hincapié en evidenciar estas problemáticas.

Reto increíblemente complicado el que tenían Susan Sarandon y Jessica Lange, que interpretan a Davis y Crawford, respectivamente. Las dos están extraordinarias. En mi opinión, sobre todo Sarandon, que ya en la primera escena le oyes hablar y te parece estar viendo a Margo Channing. Bien es cierto que Bette Davis es un personaje más atractivo que Crawford. La primera se nos muestra como una mujer con carácter y personalidad, nociones feministas (llega a citar "La mística de la feminidad") y cierta actitud subversiva contra el machismo establecido. A Joan, por su parte, se la retrata como una mujer más frágil, más permeable e influenciable por el contexto en el que se encuentra, con algunos ataques de dramática desesperación. Eso contribuye a que veamos una personaje en ocasiones excesivamente manipuladora e irracional.

La primera mitad de la serie está completamente centrada en el rodaje de "¿Qué fue de Baby Jane?", y durante toda ella se va a hacer referencia a multitud de películas de los años 40, 50 y 60. Además de los personajes ya mencionados, también van a aparecer otras históricas como Hedda Hopper, Olivia de Havilland, George Cukor o Frank Sinatra. Todo esto hace que se disfrute mucho más de la narración si se tiene cierta afición por el cine clásico estadounidense y, sobre todo, si se ha visto la película sobre la que gira. Es, por tanto, muy recomendable ver Baby Jane antes de iniciar la serie si se tiene pendiente, e incluso hacer un revisionado si no es así.

Nos encontramos ante una de las mejores series de lo que va de año. FEUD recupera el espíritu del cine clásico sobre el que precisamente habla poniendo el guión, el diálogo entre personajes, como eje central sobre el que gira la trama. Se construye así una narrativa apasionante gracias al encanto de las protagonistas, y huyendo y renunciando completamente a la acción externa de la que tanto bebe el cine y las series modernas. Como ya he dicho antes, muy al estilo y a la altura de "Mad men" o "A dos metros bajo tierra".


Nota: 9/10

Lo mejor: diálogos brillantes; Sarandon  y Lange se comen la pantalla, sobre todo la primera.

Lo peor: Joan Crawford sale un poco mal parada en la presentación de su personaje.

miércoles, 8 de febrero de 2017

Missing. 1982. Costa-Gavras.

Desde sus inicios, el cine ha sido un arte que ha ido ligado en mayor o menor medida a la política. "El nacimiento de una nación" o "Metrópolis" fueron películas muy ideológicas. Después llegaría el neorrealismo italiano, que sacudió conciencias desmarcándose de la visión idealista del mundo que hasta entonces había mostrado el cine y supuso un jarro de agua fría de realidad, creando conciencia social en millones de espectadores europeos que vieron en pantalla los mismos problemas con los que tenían que lidiar diariamente en sus ciudades. Con la industrialización masiva y la comercialización del cine, muchas de las películas producidas en EEUU marcan de forma bastante sibilina el camino hacia un estilo de vida muy determinado, convirtiéndose en un instrumento de propaganda y alienación al servicio del capitalismo. En cambio, cuando una obra lanza un mensaje progresista, suele hacerlo de manera más directa y evidente. En las últimas décadas se observa una carencia de películas ideológicamente de izquierdas, pero unos pocos directores (casi todos europeos) "se atreven" a hacer de sus obras un espacio de reflexión que le exponga al espectador situaciones que de otra forma le serían desconocidas o ignoradas. Fernando León de Aranoa, Ken Loach, los hermanos Dardenne o Costa-Gavras son parte de una suerte de "resistencia" de cineastas que no entienden el cine como mero entretenimiento, ni siquiera sólo como arte, sino como herramienta de cambio político o, al menos, de creación de conciencia colectiva. Aquí hablaremos de Missing, una de las mejores películas de Costa-Gavras.

El film empieza con dos personajes, un hombre y una mujer, apeándose de un coche en la puerta de un hotel. Hablan de toque de queda, de cadáveres, y ella muestra la preocupación por las notas que él toma en un cuaderno. Se nos muestra la última página escrita de éste y observamos una fecha: 16 de septiembre. Poco antes hemos visto militares copando todas las calles y una fiesta en un palacio donde un nutrido grupo de ricos están celebrando una fiesta, con trajes y vestidos caros, música y champagne. Un convoy de militares pasa por delante de la fiesta; éstos saludan, aquéllos aplauden. Con esta introducción el director griego consigue dos cosas: por un lado, representa la alegría y el agradecimiento de las élites económicas hacia el ejército, que les va a permitir mantener sus privilegios a costa de sacrificar la democracia. Por otro, sitúa geográfica e históricamente la trama: hace cinco días que Pinochet ha derrocado con su golpe de Estado al gobierno de Salvador Allende. Aunque en ningún momento se va a nombrar a Chile, el espectador ya sabe de qué va a hablar la obra.



La pareja protagonista, Beth y Charles Horman (interpretados por Sissy Spacek y John Shea), son un matrimonio estadounidense que se decidieron por un exilio voluntario para vivir en primera persona el intento de Estado socialista que el Gobierno de Allende trató de construir en Chile. Debido a sus ideas revolucionarias, ahora se encuentran perseguidos por razones ideológicas. Y, de hecho, una mañana él desaparece. Los milicos se lo han llevado. Es entonces cuando su padre, Ed Horman (Jack Lemmon), viaja a Chile para tratar de encontrarlo. Beth y él inician una "pelea" contra toda institución estadounidense presente en Chile para tratar de obtener alguna información que sirva para saber dónde está Charles, y si está vivo o muerto.

Beth es una personaje magnífica, es mordaz e irónica; inteligente e idealista. Tiene una personalidad muy fuerte y en ningún momento se deja engañar por los funcionarios estadounidenses, es plenamente consciente de que no están ahí para ayudarle sino, muy al contrario, boicotear la búsqueda de su marido. Está claro que en todo momento intuye que "los suyos" saben qué le ha pasado a Charles, pero se niegan a revelarlo por razones políticas. Ed, por su parte, es lo más interesante de la película. Un estadounidense medio de manual, obnubilado por el sueño americano, al que (según su punto de vista) le ha salido un hijo descarriado: un intelectual utópico y socialista. El personaje de Jack Lemmon personifica la situación de casi todo el mundo occidental respecto a las actividades en materia de política exterior de los distintos gobiernos estadounidenses. Adolece de una severa ingenuidad que poco a poco va a perder según pasen los días y tome consciencia de la realidad: a su hijo lo hicieron desaparecer porque obtuvo información sobre la participación y el apoyo de su país en el golpe de Estado. No fácilmente, eso sí. El protagonista va a tener que ver con sus propios ojos horrores como los presos políticos del estadio Nacional de Santiago, torturas, tiroteos, y hasta caminar entre cientos de cadáveres para perder la fe en la pulcritud democrática de su país.

El personaje de Lemmon refleja el objetivo de la película. Gavras quiere que ésta provoque en el espectador el mismo efecto que la búsqueda de su hijo provoca en Ed. Que el público sea consciente mediante el ejemplo de Chile de la inacabable injerencia durante el siglo XX de los gobiernos estadounidenses en los procesos socialistas democráticos del mundo en general, y de América Latina en particular. Esa analogía de la lucidez alcanzada por el personaje y el espectador es el leitmotiv del film.

La narración alcanza su clímax en la última reunión de Ed con el embajador estadounidense. Éste le confiesa que efectivamente su Gobierno ha participado en el golpe y, lejos de avergonzarse, se justifica alegando la necesidad de perpetuar el 'american way of life'. El reconocimiento, al fin, de que la democracia es prescindible, y que si no sirve a los intereses patrióticos es algo a sacrificar, algo que molesta.

Desde el punto de vista técnico, la película está rodada de manera bastante tosca, y la fotografía deja mucho que desear. El cineasta griego no es un artesano de la cámara, desde luego para él es más importante el contenido que el continente. Es uno de los pocos papeles dramáticos de Jack Lemmon, y demuestra con creces que no es sólo alguien que podía hacernos reír. Sissy Spacek encarna en su personaje perfectamente la perspicacia que tanto le falta a Ed. A John Shea no nos da mucho tiempo a valorarlo, ya que está ausente gran parte del metraje.

Basada en un hecho real, Missing fue una película realmente valiente. A pesar de que no se nombra a Chile en ningún momento, estuvo prohibida en ese país durante la dictadura, y se retiró del mercado en EEUU temporalmente por una demanda del embajador estadounidense contra el director. Demanda que el embajador perdió. Nos narra con brillantez uno de los múltiples vergonzosos episodios de intervención ilegítima de EEUU en los procesos democráticos progresistas de países soberanos. Obtuvo el Oscar a mejor guion adaptado y la Palma de Oro en Cannes.

Nota: 9/10

Lo mejor: la evolución del personaje de Jack Lemmon, que representa el final de una ceguera auto-imbuida sobre la naturaleza de la política exterior de EEUU.

Lo peor: no nos dejan conocer en profundidad a Charles, y la película pierde así la oportunidad de desarrollar mejor el choque cultural y político que existe entre él y su padre.

Otras películas interesantes del director: Amén, Estado de sitio, La caja de música, Arcadia.

domingo, 29 de enero de 2017

Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia). 2014. Alejandro González Iñárritu.

Es de dominio público que el cine de Hollywood, en general, lleva casi dos décadas en crisis creativa. Hace ya mucho tiempo que el éxito económico se desvinculó por completo del éxito artístico, trayendo como resultado un mar inagotable de remakes, reboots, secuelas, precuelas y adaptaciones de novelas y comics. No quiere decir que películas de ese tipo tengan que ser malas (aunque por lo general así es), pero sí es un claro indicativo de la falta de creatividad de la que adolece la industria cinematográfica estadounidense. En medio de este terreno yermo de inventiva, Alejandro González-Iñárritu rodó "Birdman", que resultó un atinado aunque infructuoso intento de crítica a, ya no la falta de originalidad en el cine norteamericano, sino a la ausencia de voluntad por tratar de generar esa originalidad.

"Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia)" es, por un lado, un homenaje a la figura de ese director omnipresente que produce, dirige, escribe e interpreta una obra que es casi como un hijo. Durante todo el film Riggan Thomson, interpretado por Michael Keaton, tiene que lidiar con cada detalle de la obra de teatro que quiere llevar a escena. Atrezzo, elenco, guion, interpretaciones, financiación, críticas o la excentricidad de sus actores van a suponer un verdadero quebradero de cabeza para él, que va a tener que multiplicarse para poder siquiera estrenar la obra.

Por otro lado, como ya hemos dicho, es una crítica al rumbo que ha tomado Hollywood en las últimas décadas. Dicha crítica se hace a través de un análisis de las motivaciones artísticas de Riggan. Éste, en su juventud, interpretó a un superhéroe llamado "Birdman", con el que al parecer consiguió fama y dinero. Este personaje representa la frivolidad de la mayor parte de los estrenos que llegan de EEUU, películas en su mayoría vacías de contenido artístico pero que cosechan un gran éxito comercial y económico. Riggan vive con la tentación de rodar una secuela de Birdman, lo que le aseguraría éxito y riqueza. Y es esta tesitura la que sostiene la película: el protagonista quiere alcanzar una relevancia artística (que no tiene asegurada) a través de una obra de teatro compleja y profunda, pero es consciente de que volver a ser un superhéroe en el cine le daría una trascendencia mundial con mucho menos esfuerzo del que supone el proyecto en el que está embarcado.




Pero el director mexicano no se limita a mostrarnos el pasado exitoso del protagonista, sino que nos lo trae física, presencialmente. En determinados momentos, cuando a Riggan le asaltan más dudas sobre el resultado que va a tener su obra, o cuando está más cerca de decidir volver a ponerse el traje, hace gala de poderes telequinéticos e incluso cuenta con la capacidad de volar. No hay que tomarse estos fenómenos de manera literal, ya que son una alegoría de la capacidad de Riggan de adquirir gloria y notoriedad a través de Birdman. En estos momentos del film asistimos a una mini-etopeya del personaje principal, atrapado en una encrucijada que le va a obligar a elegir entre éxito comercial pero vulgaridad artística u ostracismo comercial pero (potencial) relevancia artística.

La película está rodada de forma muy meritoria, ya que da la sensación de ser un único plano-secuencia, al estilo "La Soga" de Hitchcock. Sin embargo, la realidad es que son escenas que se prolongan entre 10-15 minutos sin corte, acabadas en una pantalla en negro que empalma con la siguiente escena. Michael Keaton está sobresaliente, dibujando a la perfección el pozo de desesperación en el que está metido Riggan. Emma Stone y Edward Norton ofrecen actuaciones geniales (él está divertido y desesperante; ella brilla intensamente en la última escena), y Naomi Watts solventa bien su personaje aunque su actuación resulta más discreta comparada con las otras tres.

No voy a comentar el final, porque es tan metafórico y abierto que tiene múltiples interpretaciones. Yo, al menos, entiendo tres posibles significados para ese desenlace. Que cada cual entienda lo que quiera en los ojos de Emma Stone, supongo que sólo Iñárritu sabe lo que quiso decir.

Lo que sí es para comentar es si la película consiguió el efecto que buscaba. Pues bien, Michael Keaton, que no en vano fue pionero en esto de los superhéroes interpretando al Batman de Burton, ha firmado como villano en la nueva película de Spider-man. Va a encarnar a El Buitre (una especie de hombre pájaro) en un segundo reboot de una adaptación de comic. Y las salas se llenarán, obviamente. No hay nada más que decir.


Nota: 8/10

Lo mejor: era una película necesaria, aunque se ha quedado bien lejos de haber influido en alguien.

Lo peor: excesivamente histriónica en algunos momentos; determinadas metáforas no son fáciles de entender.

Otras películas interesantes del director: Amores perros, El renacido.

jueves, 5 de mayo de 2016

Borgen. 2010-2013. Serie de TV.

   Si mencionamos los conceptos política y serie de televisión, a la mayoría de espectadores les vendrá a la cabeza dos de ellas: "El ala oeste de la Casa Blanca" y la reciente y aclamada "House of cards". En Dinamarca se produjo otra serie sobre esta temática, mucho menos conocida, que nada tiene que envidiar a esas dos obras estadounidenses. Lo cierto es que probablemente la política danesa sea un terreno mucho más fértil a la hora de construir una trama política. Con apenas seis millones de habitantes, el país nórdico cuenta con hasta ocho partidos con representación parlamentaria, los gobiernos en coalición son la norma e ignoran totalmente lo que significa "bipartidismo". Borgen aprovecha esta realidad, e incluye un completo catálogo de personajes dentro de Christianborg (la sede del Parlamento) que abre un sinfín de puertas para la elaboración del guión.

   En el episodio piloto, el partido moderado no gana las elecciones pero consigue presidir el gobierno gracias a los pactos con otros tres partidos, formando una coalición. Su líder es Birgitte Nyborg, protagonista de la serie y eje central sobre el que va a girar la mayoría del argumento. Se trata de un personaje bien construido, pero sin matices y altamente previsible. En ningún momento va a entrar en contradicciones, lo que hace que el personaje gane coherencia pero pierda atractivo. La serie intenta en alguna ocasión poner algo de suspense sobre qué camino va a seguir Birgitte, cuando está muy claro el comportamiento que va a adoptar en todo momento. Sin embargo, sí es interesante la vulnerabilidad que muestra en bastantes ocasiones. Se va a ver desbordada constantemente por el volumen de trabajo que tiene que gestionar, va a tener severas dificultades para conciliar su vida política con su vida familiar, va a cometer errores y va a sufrir derrotas dolorosas y enormes decepciones.

   Del resto de personajes destacan Katrine Fonsmark y Kasper Juul. La primera es una joven y preparada periodista que presenta uno de los informativos más importantes del país. El segundo es el asesor principal de la primera ministra, con unas enormes habilidades para la lectura política y el trato con los medios. Ambos van a estar recuperando y dejando un antiguo romance, lo que hace que su relación se tense y se relaje durante toda la serie dependiendo del momento en que se encuentren. Con Katrine vamos a atravesar las puertas de una de las principales televisiones danesas, lo que establece una línea argumental paralela a la política que nos muestra el funcionamiento de los medios en Dinamarca. Una especie de "The newsroom" dentro de "Borgen". Va a ser una constante durante toda la serie, la relación de los políticos con los medios y el modo de proceder de éstos, y nos invitará a debatir sobre los métodos, la ética y los límites a los que están sujetos. Kasper, por su parte, sí cuenta con la complejidad que no tiene la protagonista. Arrastra unos traumas desde la infancia que no ha conseguido superar y que iremos descubriendo poco a poco. Su comportamiento es errático y misterioso, y combina la lucidez en su trabajo con un evidente desequilibrio en su vida personal y sus relaciones sociales y sentimentales. Todo está justificado, nada es gratuito ni queda sin explicación con Kasper.

   


   A lo largo de sus 30 capítulos se van a tratar gran parte de los problemas políticos y sociales de cualquier país. Política exterior, impuestos, derecho penal, política económica, ecologismo, gasto militar, los temas van a ser variados y heterogéneos, pero siempre (o normalmente) se abren y se cierran en el mismo capítulo. Ganan mucho en interés aquellos episodios en los que el tema a debate está en conflicto con la vida privada de los personajes. Al personificar una problemática general en la vida de alguno de los protagonistas, se consigue que el asunto resulte mucho más cercano, y tenga mayor transcendencia de la que tendría si se nos expusiera la cuestión de forma genérica. Hay pocos casos de capítulos así en la serie, pero el que afecta a Kasper es especialmente relevante. Si ya de por sí es espinoso el debate de la reducción de la edad de responsabilidad penal, al establecer la conexión con la experiencia personal del personaje hace que se te ponga la piel de gallina (y no digo más).

   Entre esos 30 capítulos, destacan también por encima del resto dos de ellos: la visita de Birgitte a Groenlandia y la mediación internacional en la guerra civil de un ficticio país africano. En el primer caso es donde más "luce" el carácter diplomático y tolerante de la protagonista. Es capaz de ver las palpables diferencias existentes entre el pueblo danés y groenlandés a pesar de la relación institucional y de soberanía que aún existe en la actualidad, y tomar las decisiones idóneas teniendo en cuenta la autonomía identitaria de Groenlandia. En el segundo, en cambio, le va a suponer un grave quebradero de cabeza solucionar un conflicto de esa magnitud. Es probablemente el momento en el que más ayuda va a pedir y necesitar. Los líderes que mantienen el conflicto se instalan en una odiosa peculiaridad en lo que respecta al género, la raza y otros temas que en Dinamarca tienen sobradamente superados. El doble capítulo que nos cuenta esta historia es una buena exposición de cómo orquestar una mesa de negociación. Elegir a los miembros adecuados, el momento y el lugar donde llevar a cabo las reuniones, el idioma en el que deben realizarse, saber qué temas evitar con qué interlocutor, conocer el relato histórico y las características del país y escoger minuciosamente los puntos de conexión entre las dos partes para alcanzar la solución más satisfactoria. Es, probablemente, el momento de más brillantez de esta serie danesa.

   Se echa de menos, sin embargo, la presencia de personajes "cotidianos", en los que ver cómo se traducen las decisiones políticas en el día a día del pueblo danés. No nos lo ofrecen. Vemos infinidad de periodistas y políticos, pero nos quedamos sin ver el reflejo de las decisiones de éstos en las diferentes clases sociales del país. Ni siquiera se le da un protagonismo mínimamente relevante a los agentes sociales. Sindicatos, ONG's, colectivos de protesta, etc, brillan por su ausencia en "Borgen". Personalmente hubiera agradecido la aparición, aunque fuera de forma espontánea, de estos elementos para darle un descripción más global a lo que se quiere contar. Nos encontramos, además, con algunos personajes cuyas historias son tangenciales a la principal y que despiertan poco interés, sobre todo en el ámbito periodístico. En cambio, una de las facetas más interesantes es la vida familiar de Birgitte, y en este caso sí es un entorno enriquecido por los pocos personajes que la forman. Sobre todo Phillip, el marido de Birgitte, refleja perfectamente el reto que supone que tu esposa sea primera ministra. En constante equilibrio entre la comprensión por el nuevo cargo que ella debe ocupar y la frustración que le supone renunciar a algunas de sus aspiraciones profesionales, Phillip hace un loable ejercicio de sacrificio por el bien de su familia.

   Altamente recomendable, con personajes bien construidos, abordando temáticas inusuales en obras audiovisuales, "Borgen" es una radiografía de la política danesa que tiene muchos puntos extrapolables a cualquier país. Y otros que no. Y para un espectador ajeno a la realidad de aquel país es otro de sus atractivos: observar y juzgar las diferencias entre la forma de funcionar allí y lo que estamos acostumbrados a ver y vivir aquí. Para mí, sinceramente, las comparaciones son odiosas. Juzgad vosotros quién sale mal parado de ellas en este caso.


Nota: 8/10

Lo mejor: sus tres personajes principales; un interesante acercamiento a la política de Dinamarca.

Lo peor: algunas ausencias; una lástima no ser danés, seguro que de esa forma se disfruta más.

miércoles, 13 de enero de 2016

Trainspotting. 1996. Danny Boyle.

   Son contadas las ocasiones en las que un film basado en una novela consigue igualar o superar a la obra escrita. "Perdición", "Psicosis", "El Padrino" o, por supuesto, "Trainspotting" son ejemplos que indudablemente lo consiguieron. La clave es conseguir dotar a la película de una identidad y autonomía propias. El error habitual es hacer un simple traslado a imágenes de las palabras, de forma que la adaptación está condenada a ser un producto sin alma, una obra sin personalidad propia. Sin embargo, el cine es perfectamente capaz de hacer servir determinados instrumentos artísticos para que la experiencia de ver el film se diferencie de la de leer el libro. El reparto de actores, los códigos narrativos, la banda sonora o la capacidad de impactar visualmente al espectador son recursos propios del séptimo arte imprescindibles para que la adaptación se emancipe de la obra original. Danny Boyle consiguió reunirlos todos, y de qué forma.

   "Trainspotting" no tiene argumento. O, al menos, no tiene historia. Nos va a mostrar simplemente un grupo de amigos drogadictos (la mayoría de ellos) de Edimburgo sin preocupaciones, metas ni intereses concretos más allá de sobrevivir cada día, tomarse un par de cervezas, hacer unas risas e inyectarse heroína cuando consiguen reunir el dinero suficiente. Lejos de ser, como todas las que tratan el tema de las drogas, un alegato contra éstas, esta película no se limita a hacer un relato sobre las terribles consecuencias de consumirlas. Las vemos, sin duda, pero dentro de una imparcial descripción de dichas consecuencias, en la que también se exponen las no tan terribles ("coge el mejor orgasmo que hayas tenido, multiplícalo por mil... y ni siquiera andarás cerca").





   Cuando acabamos de leer la genial novela de Irvine Welsh, tenemos la sensación de conocer a la perfección a cada uno de los personajes, de prácticamente ser uno más de ellos. El escritor escocés dio en la diana con el tipo de narración: en primera persona de forma rotativa. Esto es, cada capítulo está narrado por un personaje diferente, lo que facilita enormemente el desarrollo de los mismos y la empatía del lector hacia ellos. Obviamente Boyle no podía hacer servir esta técnica, ni falta que le hacía. El personaje más relevante, Mark Renton, va a ser nuestra voz en off, y al resto vamos a conocerlos por sus propios comportamientos y, sobre todo, por la reacción de cada uno ante las actitudes de los demás.

   "Lust for life" de Iggy Pop acompaña al magnífico monólogo existencialista de Renton. Así empieza la película, con un ritmo frenético que no va a abandonar en sus 90 minutos de duración y marcando los cimientos de la forma de vida de nuestra pandilla protagonista. No vamos a tener tiempo de recuperarnos de este arranque, que es como un directo de derecha nada más empezar; el film no nos lo va a conceder, pero con el tiempo nos daremos cuenta de que hemos asistido a uno de los mejores inicios del cine. A partir de ahí lo que vamos a ver es la interacción de media docena de personajes esculpidos perfectamente mediante unos diálogos brillantes, un puñado de situaciones que van desde lo irreverente hasta lo absurdo, algunas impactantes escenas que quedarán en nuestra retina para siempre (ese bebé gateando por el techo...), peleas, traiciones, alcohol, apuestas, robos y droga, mucha droga.



   El elenco al completo está de sobresaliente. Robert Carlyle y Jonny Lee Miller firman unas actuaciones extraordinarias, pero por encima de todos sobresale Ewan McGregor. Es el mejor papel de la carrera del actor escocés. Renton es un personaje muy sui géneris, es muy difícil incluirlo en la clásica y limitada dicotomía bueno-malo. No se puede decir que actúe para perjudicar a sus amigos, pero desde luego tampoco tiene planeado mover un dedo para ayudarles. De hecho, no tiene planeado nada. Va a hacer lo que en cada momento le apetezca o piense que puede generarle un placer o un beneficio sin plantearse ni importarle si alguno de sus colegas va a ser damnificado por culpa de su comportamiento. Que se lo digan si no al pobre Tommy, o a todos ellos al final de la película. Renton no va a causar "activamente" un daño a ninguno de sus amigos, pero tampoco vamos a ver atisbo alguno de remordimiento si sus actos conllevan pasivamente un perjuicio para ellos. Sencillamente no se lo plantea. No estamos ante un personaje inmoral, pero sí tremendamente amoral.

  El resto de personajes son igualmente deliciosos. Sick Boy es un depravado vividor mujeriego cuya gran pasión es Sean Connery; Spud es ingenuo y simplón, no tiene ni pizca de maldad y tampoco de inteligencia; Tommy es probablemente el más normal de todos, es deportista, tiene novia y no se droga (en principio), pero irónica y trágicamente va a ser el que peor suerte va a tener; y Frank Begbie es un psicópata, un violento perturbado que resulta ser uno de los mayores atractivos de la película (sus apodos en la novela son "Franco", "El Generalísimo" y "El Pordiosero").

   La banda sonora es una de sus mayores virtudes. Al ya mencionado Iggy Pop se unen New Order, Lou Reed, Blur o Underworld, entre otros. Cada canción parece haber sido hecha especialmente para el momento de la película en el que suena. 20 años después, aún escuchamos "Born Slippy" en muchas discotecas, y siempre es inevitable que a la cabeza te venga la imagen de Ewan McGregor con esa ridícula camiseta y Travis, de "Taxi driver", detrás. Cada tema encaja perfectamente con la escena en la que suena, es sin duda una de la mejores selecciones musicales para una película.

   Es éste uno de los films más influyentes para toda una generación, y probablemente el más destacado de la década de los 90. Una obra imprescindible del cine europeo que rompió moldes en su día y que huye de la típica moralina de las películas que tratan este tema. Un chute de cine puro que pasa a formar parte de tu vida, y que puedes ver una y mil veces sin dejar de disfrutarla.

"Yo elegí no elegir la vida. Yo elegí otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones. ¿Quién necesita razones cuando tienes heroína?"



Nota: 10/10.

Lo mejor: todo, es extraordinaria.

Lo peor: hay que cruzar los dedos para que "Porno", su secuela, esté a la altura.

Otras películas interesantes del director: Slumdog Millionaire, 127 horas, 28 días después.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

La música nunca dejó de sonar. 2011. Jim Kohlberg.

   La música no es sólo un sonido que escuchamos cuando ponemos una canción. Es una máquina del tiempo que nos transporta al momento que vivimos cuando sonó para nosotros por primera vez, o cuando la escuchamos en un momento especial, feliz o triste. A todos nos ha pasado que un tema coge lo que era un recuerdo en nuestra mente y vuelve a hacerlo realidad por unos minutos. Una melodía que nos recuerda a esa persona, una letra que consiguió definir cómo nos sentíamos mejor que nosotros mismos, un grupo que con su música parece que hable de nuestra vida, una canción que nos dedicaron en un momento difícil... La diferencia entre nosotros y Gabriel Sawyer, el protagonista de esta película, es que para nosotros la música supone una ayuda para revivir esos momentos; para él, en cambio, es su única oportunidad.

   Helen y Henry Sawyer son una pareja de sexagenarios que reciben repentinamente una llamada del hospital, con la terrible noticia de que su hijo tiene un tumor cerebral. Ese tumor ha afectado gravemente a su memoria, no puede generar recuerdos nuevos, distinguir el presente del pasado, ni acordarse o explicar cosas que le han ocurrido en las últimas décadas. Sus padres asumen rápidamente la responsabilidad de sus cuidados, a pesar de que llevan 20 años sin verle. La historia se ambienta a finales de los años 80, pero lo realmente relevante es lo que sucedió esas dos décadas atrás. Gracias a uno de los recurrentes flashbakcs que durante la narración nos trasladan a los años 60, descubrimos que después de una fuerte discusión entre Henry y Gabriel por discrepancias de opinión sobre la guerra de Vietnam, este último se va de casa para no volver nunca.



   La enfermedad de nuestro protagonista es un enemigo poderoso, pero sus padres pronto se dan cuenta de que van a contar con un importante aliado para combatirla: la música. Gabriel responde favorablemente y consigue alcanzar momentos de lucidez y recuperar pasajes de su vida que parecían perdidos cuando escucha sus canciones favoritas. Con la ayuda de una terapeuta musical empieza a mejorar notablemente, siendo capaz de rescatar recuerdos e incluso de crear nuevos con la ayuda de ritmos y melodías.

   Sin embargo, el tumor de Gabriel es un Mcguffin, una excusa que le viene de perlas al director para hablarnos de lo que realmente va el film: el choque generacional existente entre padre e hijo contextualizado con la música que escucha cada uno. Ambos son unos melómanos, pero mientras Henry creció en una época en la que primaban valores como la rectitud, la disciplina, el patriotismo o el puritanismo, Gabriel lo hizo en los años 60, y se zambulló de cabeza en el movimiento hippie de la época. Y esa diferencia se ve reflejada claramente en los gustos musicales de cada uno de ellos.

   El primero explica su desconcierto perfectamente en una conversación con el segundo: "en mi época las canciones eran sencillas: chico conoce a chica; chico le dice que le gusta y acaban juntos; fin". Apela entonces a una simpleza que no encuentra en los temas que tiene que ponerle a Gabriel para que se recupere. El desconcierto mencionado se manifiesta cuando éste le explica el significado de cada canción. Y de esta forma llegamos a lo mejor de la película. Los diálogos paterno-filiales son sencillamente deliciosos. En ellos ambos consiguen alcanzar un nivel de comunicación que nunca habían tenido y recuperar una relación absurdamente perdida durante 20 años. Henry escucha embelesado cómo Gabriel le explica momentos de su vida, experiencias y pensamientos que van unidos a canciones de The Beatles, Rolling Stones, Bob Dylan o Grateful Dead. Música de una nueva generación, con una profundidad, complejidad y carga ideológica que se sitúa fuera del alcance de comprensión de Henry. Hasta ahora, que "gracias" a la enfermedad de su hijo ha empezado a escucharle e interactuar con él.

   Mención especial merece la escena en la que Henry le expone el significado de "Desolation row" de Dylan. Una fantástica forma de expresar la repercusión que tuvo la obra del genio de Minnesota en la formación ideológica en valores de paz, amor libre y concienciación de muchos jóvenes a través de sus metafóricas y comprometidas letras. En la película encaja a la perfección porque es el momento en el que Henry entiende el porqué de la oposición de su hijo a la guerra de Vietnam y tácitamente le da la razón, igual que en su opinión respecto a Nixon (Gabriel estaba en lo cierto: es un hijo de puta).

   Muy loables las cuatro interpretaciones principales, pero sobre todo destacar a J.K. Simmons, un veterano y talentoso actor que siempre consigue dar el punto exacto de emotividad a sus papeles. Desde luego el merecido Oscar de "Whiplash" no fue una casualidad.

   Lejos de calificarlo como un film sobre enfermedad al estilo "Despertares" o "Mi pie izquierdo", esta peli entra en el club de los "Treme", "Begin again", "Once" o "24 Hour Party People", una oda a la música en una pantalla de cine. Ten por seguro que cuanto más melómano/a seas, más te va a gustar. El pero que se le puede poner es ser tremendamente previsible, cosa muy normal en este tipo de obras.

   La ópera prima de Jim Kohlberg es una de esas películas que ves con una sonrisa dibujada en la cara. Es tierna, emotiva y a veces es posible que un poco sensiblera, pero la considero muy recomendable. Brian Molko, líder de Placebo, dijo: "Creo que es posible vivir sin música, aunque no sería agradable". Se equivoca, desde luego. Sin música es imposible vivir. Y si no, que se lo digan a Gabriel Sawyer.


Nota: 7/10
Lo mejor: la perfecta canalización de la relación padre-hijo a través de la música.
Lo peor: previsible, y busca en vano la lágrima fácil al final.
Primera película del director.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Funny games. 1997. Michael Haneke.

(CONTIENE SPOILERS)

   Que la violencia es un recurso muy presente en el cine contemporáneo es un hecho que admite poca discusión. Sobre todo las producciones salidas de Hollywood hacen un desmesurado uso de ella para que sus creaciones ganen atractivo. Obviamente, para no incomodar al espectador, ésta se trata siempre desde un punto de vista lúdico e incluso festivo, y dentro de unos márgenes que impiden que el espectador vuelva a casa con una mala sensación. La frivolidad con la que se trata y la seguridad de que al final todo acabará bien (el bueno triunfará y el malo recibirá su merecido) hacen posible introducir esa inmensa cantidad de violencia en las películas sin que, en la mayoría de casos, resulte chocante para el público.

   Al igual que Eastwood hizo con "Sin perdón" en el western, en "Funny games" Haneke nos ofrece una propuesta de "Quijote de las películas violentas". El objetivo de este film es hacer un replanteamiento de la relación violencia-cine a la que el espectador está acostumbrado. Susanne Bier también lo hizo hace unos años con su genial "En un mundo mejor", pero desde una concepción filosófica y ética del problema. El director austriaco no. Haneke va en busca de las vísceras del público, quiere sacudir conciencias diciéndole a la gente que lo que suelen ver en la pantalla no es algo bonito; todo lo contrario, es lo peor de la naturaleza humana y sin embargo se admite como diversión y entretenimiento. Y para ello no hace servir grandes fuegos de artificio, simplemente nos muestra lo que todos estamos más que acostumbrados a ver en una pantalla pero narrándolo de otra forma, una forma que no es agradable para el que está mirando.




 
   Paul y Peter son dos adolescentes que llegan a la casa estival de una acomodada familia burguesa a pedir una docena de huevos. Un inicio aparentemente inocente, pero nada más lejos de la realidad. Muy pronto los dos jóvenes empiezan a desarrollar un extraño comportamiento que la familia al principio no sabe interpretar. El desconcierto no les va a durar mucho. Paul y Peter enseguida adoptan una actitud agresiva, sin que medie en ella explicación ni razón alguna, con todos los miembros de la familia (matrimonio, hijo pequeño e incluso el perro).

   Hacia la mitad del metraje ya nos hemos dado cuenta de que los dos visitantes son unos psicópatas violentos y peligrosos. Sin embargo, poco más sabremos de ellos. Cuando acaba la película la información que tenemos es escasa: son muy jóvenes, visten de blanco, llevan guantes, nunca duermen ni comen y van de casa en casa. Para mí ésta es una de las principales razones de que la obra consiga el efecto deseado: en ningún momento atisbamos un porqué. Las razones de los villanos del cine para perpetrar sus maléficos planes suelen ser burdas, absurdas e incluso ridículas, pero existen. En Funny Games no. Paul y Peter son dos monstruos que actúan sin motivo conocido. Para el espectador esto supone un cortocircuito, una forma de desvincularle de las reglas clásicas del cine a las que están acostumbrados, y la principal razón de la indignación que le provocan los dos antagonistas.

   Vamos a asistir a casi dos horas de violencia sin sentido que va desde la vejación hasta la muerte, pasando por supuesto por el daño físico. En este itinerario los agresores se relamen, se lo toman con calma. Desde luego no tienen ninguna prisa en acabar lo que han empezado, poniendo todo el énfasis en incrementar la desesperación de las víctimas y, de paso, la nuestra, que nos pasamos esas dos horas esperando y deseando un vestigio de justicia. Haneke consigue que minuto a minuto crezca nuestra indignación, que alcanza su punto álgido con la brillante y desconcertante escena del mando a distancia. Cuando pensábamos que al menos Peter se ha llevado su merecido, Paul hace un "rewind" dejándonos ojipláticos y furiosos. Una escena realmente transgresora de un artista que siempre se ha tomado todas las licencias que ha querido y necesitado, y que aquí llevó a otro nivel lo de jugar con el espectador.

   Esa escena y el final son los dos jarros de agua fría que nos lanza la obra. Cualquier vana e ingenua esperanza de que algo va a salir bien, de que la película va a poner todo en su lugar y nos va a devolver al reconfortante comportamiento habitual del cine queda lapidada cuando la última víctima es lanzada al agua. Las víctimas mueren, todas; y los malos sobreviven y siguen con lo suyo.

   Funny Games es una experiencia tremendamente desagradable. Y ése es su mayor éxito, porque ése es su objetivo. El genio austriaco logra revolvernos el estómago con algo tan habitual como es una película violenta. Nos muestra lo que estamos más que acostumbrados a ver, y nos hace sentir mal. Desde luego es un film difícil de digerir, pero si se consigue interpretar y asimilar resulta muy ilustrativo, y puede llevarnos a una reflexión sobre la alegría con la que asistimos a la violencia en el séptimo arte.


Nota: 8/10

Lo mejor: no te deja indiferente.

Lo peor: el mensaje puede ser difícil de entender.

Otras películas interesantes del director: Amor, La cinta blanca, La pianista, Caché.

lunes, 30 de noviembre de 2015

Lost in translation. 2003. Sofia Coppola.

    Son pocas las ocasiones en las que una ciudad se puede contar entre los protagonistas de una serie o una película. En "Treme" o "The wire", de David Simon, tanto New Orleans como Baltimore tienen un papel fundamental en la obra. En el cine también hemos visto ejemplos, como "Midnight in Paris" de Woody Allen o, en este caso, Tokio en "Lost in translation".

   Bill Murray interpreta a Bob Harris, un talentoso actor que atraviesa una crisis de actividad creativa. Ya tiene cierta edad y siente que en la última etapa de su carrera los proyectos que ha emprendido no están a la altura de lo que él es capaz de dar. La situación de este personaje se asemeja bastante a la que Michael Keaton sufre en la reciente y brillante "Birdman". En este contexto, Harris viaja unos días a Japón a rodar unos poco estimulantes spots publicitarios.

   Allí se encuentra Charlotte, una jovencísima chica en una situación similar, pero por motivos diferentes. Ella, a diferencia del personaje de Murray, aún no ha encontrado su camino. Recién licenciada en filosofía, está en Tokio acompañando a su pareja, que es fotógrafo y pasa mucho tiempo trabajando. Scarlett Johansson, en uno de sus primeros papeles relevantes, consigue transmitir a la perfección la tristeza que aqueja a Charlotte por la falta de proyectos individuales, tanto personales como profesionales.




    Así, la película gira en torno a estos dos personajes (tres si incluimos a la ciudad), que comparten unos sentimientos de desazón, aburrimiento, tedio y crisis existencial por motivos, como ya hemos dicho, diferentes, pero con idéntico resultado. Bob y Charlotte empiezan a conocerse y entre ellos nace un afecto que se basa en la necesidad que los dos tienen de que alguien comprenda su situación, de sentir que no están solos con sus problemas.

    Dicha necesidad se ve altamente agravada por encontrarse en un país diferente, ajeno y extraño que ninguno de los dos es capaz de comprender, más aún encontrándose tan lejos de sus familias y amigos. Probablemente Tokio sea una ciudad para disfrutar enormemente desde un punto de vista turístico, pero en el momento en que se encuentran ambos personajes y las razones que les han llevado allí hacen que las dificultades que atraviesan se acentúen profundamente. Y esta es, para mí, la mayor virtud de la película. Sofia Coppola consigue que el espectador sienta en sus carnes el desarraigo cultural y social que sus dos protagonistas tienen que soportar. A través de situaciones que van desde lo insólito a lo absurdo, se experimenta perfectamente el desconcierto en el que se instalan ambos. Sin duda, Tokio es el pilar fundamental de la obra, la ciudad que establece el contexto en el que nadan y que consigue alcanzar un grado mucho más elevado de identificación con los personajes.

   El trabajo de los dos actores es realmente bueno. Desde una interpretación sosegada se traslada perfectamente la desesperanza de ambos personajes de manera íntima pero clara. Johansson empezaba a dar muestras de lo gran actriz que es, y que luego confirmaría en "Match Point" y tantos otros papeles. Murray, como siempre, genial.

   En su debe, la obra podría haber profundizado más en la relación entre ellos mediante el diálogo, pero es obvio que el objetivo de la directora era mostrarnos ésta más allá de las palabras. Los gestos y las miradas dicen mucho más que las conversaciones en este caso. La crítica que sí se le puede hacer es el ritmo narrativo. Entiendo que se trata de exponer la historia desde un punto de vista íntimo e incluso onírico, pero creo que durante parte del relato no se hubiera echado de menos algo más de ritmo.

  Estamos ante una de las historias más icónicas del cine de principio del siglo XXI, donde se nos muestra una relación atípica pero fácil de entender gracias a, como ya se ha dicho, la perfecta descripción del contexto geográfico y cultural que proporciona la capital japonesa. Bastante recomendable, si te gustan las historias tristes de encuentros casuales y trascendentes.


Nota: 7/10.
Lo mejor: Tokio y lo importante que es su papel en la historia.
Lo peor: el ritmo que marca no nos va a provocar un ataque al corazón.
Otras películas interesantes de la directora: "Las vírgenes suicidas".

miércoles, 28 de octubre de 2015

Masters of sex. Capítulo 1x05. 2013.

    William Masters fue un ginecólogo que estudió por primera vez la sexualidad humana desde un punto de vista médico-científico, junto con la psicóloga Virginia Eshelman. Ambos son los protagonistas de "Masters of sex", serie que narra aquel estudio.

    Ellos dos son el principal atractivo de la serie, dos personajes realmente geniales, aunque por motivos diferentes. Bill es el "Superman" de los ginecólogos, si hay algo que parece imposible en ese campo, él es el hombre que obrará el milagro. Una auténtica eminencia médica a quien su talento le obliga a asumir una responsabilidad gigante, descuidando gravemente otros aspectos de su vida para dedicarla casi enteramente a su trabajo.

    Virginia, por su parte, eclipsa completamente el mérito que pueda tener Bill. Ella también está volcada con el estudio, y trabaja tantas horas como él, pero además de eso aún tiene tiempo y energías para lidiar con el cuidado de sus dos hijos, batallar con sus dos ex-maridos, tratar de construir algo de vida sentimental, estudiar para seguir aprendiendo, ser al mismo tiempo secretaria y ayudante de Bill e incluso consolar a la mujer de éste en momentos difíciles en los que él está ausente, tanto física como emocionalmente.




    El capítulo cinco de esta serie es una genial lección de cómo desarrollar personajes en menos de una hora. Bill no puede tener hijos, pero lo que le ha dicho a su mujer, engañándola, es que ella es la estéril. Este hecho nos da una idea de lo orgulloso que es el protagonista, una persona acostumbrada a poderlo todo en su oficio, no soporta el ser incapaz de algo así. A pesar de esto, la mujer de Bill se queda embarazada, pero en este capítulo va a perder el bebé. Esta tragedia va a conseguir que veamos por primera vez a Bill Masters hundido y desesperado, pero no por el hecho de haber perdido a su hijo. Lo que más le duele es no haber podido impedir el aborto, que su enorme talento no ha servido para nada. Esto, unido a la certeza de que no volverá a haber otro embarazo, es más peso del que la espalda de Bill Masters puede aguantar. El ginecólogo paga su frustración con su madre, una mujer (la verdad) odiosamente entrometida e ingenua. Ella trata de animar a su hijo de la peor forma que se puede animar a un hombre de ciencia que ha fracasado en su especialidad: apelando a dios, a la fe y a que gracias a eso "todo saldrá bien". Su hijo sabe que no será así: "hay un término para su curioso hábito, madre. Lo denominamos hacerse ilusiones, o autoengaño, o enfermedad".

    Y en el polo opuesto se encuentra Virginia. Ella también acaba el capítulo hundida, pero por razones prácticamente contrarias a las de Bill. Con una actitud realmente solidaria, se mantiene al lado de la pareja en todo momento para ayudarlos a sobrellevar el trauma. Y le da a cada uno de ellos lo que necesita: a Bill trabajo, es el único refugio en el que se siente a gusto; a su mujer, apoyo moral, sentimental y (más importante) femenino que Bill es incapaz de darle. Este comportamiento altruista provoca un conflicto con su hijo pequeño, que muestra una actitud hostil hacia su madre, ya que considera que no se ocupa de él al no poder pasar tiempo a su lado. Nada más lejos de la realidad, obviamente. La historia de nuestra protagonista es la historia de muchas mujeres que lo dieron y lo dan todo y que nunca reciben el reconocimiento que merecen. Virginia se desloma día a día para dar a sus hijos una vida digna, pero ha cometido el terrible e indecente pecado de querer tener una vida propia, personal y profesional. Eso en los años 60 es una verdadera hazaña, lo normal es tomar una decisión dicotómica: hijos o trabajo. Ella no está dispuesta a resignarse a esa injusta elección, lo que le cuesta el odio de su hijo, que quiere más a su padre a pesar de que éste no quiere verlo más allá de fines de semana ocasionales. La protagonista no puede ocultar más la frustración, está nadando en un mar falocéntrico tratando de no ahogarse: "hago todo lo que puedo, pero ya veo que no es suficiente. Henry me odia, porque siempre estoy trabajando. Y no le culpo, la verdad".

    "Masters of sex" es una serie que basa su atractivo casi por completo en sus personajes, y la relación entre éstos. Otra de las virtudes más importantes es que reivindica en todo momento un "feminismo natural" al más puro estilo "Mad men". Esto es, no hace falta que la serie incluya grandes injusticias hacia las mujeres que se producían en aquella época; simplemente narrando con naturalidad la realidad vivida por el género femenino ya es suficiente para que, con la visión actual, veamos el machismo presente y latente de los años 60 y el enorme mérito que tuvieron pioneras como Virginia.



Lo mejor: Virginia.
Lo peor: la serie depende totalmente de los dos personajes principales.
Nota del capítulo: 9/10

martes, 13 de octubre de 2015

Gett: el divorcio de Viviane Amsalem. 2015. Shlomi y Ronit Elkabetz.

     El “gett” es el divorcio religioso judío. En Israel existen dos maneras de disolver un matrimonio: el divorcio civil no supone mayor problema, es concedido con rapidez y separa a la pareja de inmediato; más difícil resulta acceder a un divorcio religioso, puesto que conlleva un procedimiento más largo y muchas probables dificultades si no hay un acuerdo mutuo en la pareja.

     El gett tiene que llevarlo a cabo un Tribunal Rabínico, órgano colegiado formado por tres rabinos. Sólo a través de este tipo de órgano es posible conseguir el gett. Se trata de un procedimiento que apenas se dilata un par de horas, lo suficiente para escuchar a las partes y los testigos que, en su caso, sean necesario. Ahora bien, ¿qué sucede cuando uno de los dos miembros de la pareja no está dispuesto a acabar con el matrimonio? Es aquí donde se manifiestan los problemas. En principio, el gett no se concede sin el acuerdo de ambas partes. El Tribunal no puede obligar a disolver el matrimonio judío si no existe conformidad de ambos cónyuges.

     Ahora bien, la discriminación sexista de este proceso la encontramos en las prerrogativas con las que cuenta el Tribunal, que son algo diferentes dependiendo de qué cónyuge se niegue a conceder el gett. Si el hombre se niega, la mujer no puede volver a casarse, ni tener relaciones ni contacto con otros hombres mientras el matrimonio no llegue a su fin. Los rabinos pueden tomar medidas coercitivas si se da este caso: retirar el permiso de conducir al marido, cancelarle las cuentas bancarias o, incluso, en casos extremos, penas de prisión. Pero nunca se le va a permitir a la mujer volver a casarse ni estar con otros hombres mientras esta negativa se mantenga. Es el marido el que tiene la última palabra. Sin embargo, en el caso contrario, si la mujer se niega a conceder el divorcio, el Tribunal tiene la potestad, además, de dar permiso al marido para que mantenga relaciones con otras mujeres.

     Hasta aquí las características que significan una discriminación expresa en lo referente al gett. La otra, la que siempre aparece en temas de género, es la discriminación tácita. En Israel hay cientos de mujeres atrapadas en matrimonios no deseados, mientras que sólo se conocen dos casos de hombres que quieren acceder al divorcio y no lo consiguen por la negativa de sus mujeres. El término para describir a estas mujeres retenidas en matrimonios fracasados es “agunah” (encadenada).





     En este contexto se desarrolla “Gett: el divorcio de Viviane Amsalem”. En el film se expone la desesperación de la protagonista, que ve su vida convertida en un infierno debido a la terca negativa de su marido a concederle el divorcio. La película no sigue los códigos narrativos clásicos del cine, ya que la acción transcurre por completo en la sala del juzgado, y el desarrollo temporal utiliza al menos media docena de elipsis de entre dos y seis meses entre sesiones. El planteamiento de la película es bastante aséptico, en el sentido de que no se nos muestra en ningún momento lo que pasa fuera de la sala: cómo son o eran las discusiones entre la pareja, si hubo malos tratos, ni siquiera se ahonda en exceso en los motivos por los cuales ella quiere divorciarse. Queda bastante claro que los directores no querían intoxicar la trama con estas cuestiones, sino hacer una exposición más rasa: Viviane quiere divorciarse de su marido, por los motivos que sea, no lo ama y eso ya es suficiente, no es necesaria más justificación.

     Nos encontramos por lo tanto ante una obra de denuncia social. En ella se reprueba la preferencia de una dogmática institución como el matrimonio sobre la libertad individual de la persona. Viviane va a tener pocos aliados en su lucha contra la teocracia, los convencionalismos y el machismo existente en diversas facetas de la cultura judía: la religión, la justicia, el Estado, la familia o el sexo. Pero su determinación es firme, y no está dispuesta a ceder ante el aluvión de mentalidades falocéntricas que pretenden mantenerla encadenada eternamente.



Nota: 7/10.

Lo mejor: como tantas otras veces, el cine nos brinda la oportunidad de conocer realidades que de otra forma seguiríamos ignorando.

Lo peor: la explicación de los cuatro primeros párrafos de la crítica no está incluida en la película, se hubiera agradecido.