Desde sus inicios, el cine ha sido un arte que ha ido ligado en mayor o menor medida a la política. "El nacimiento de una nación" o "Metrópolis" fueron películas muy ideológicas. Después llegaría el neorrealismo italiano, que sacudió conciencias desmarcándose de la visión idealista del mundo que hasta entonces había mostrado el cine y supuso un jarro de agua fría de realidad, creando conciencia social en millones de espectadores europeos que vieron en pantalla los mismos problemas con los que tenían que lidiar diariamente en sus ciudades. Con la industrialización masiva y la comercialización del cine, muchas de las películas producidas en EEUU marcan de forma bastante sibilina el camino hacia un estilo de vida muy determinado, convirtiéndose en un instrumento de propaganda y alienación al servicio del capitalismo. En cambio, cuando una obra lanza un mensaje progresista, suele hacerlo de manera más directa y evidente. En las últimas décadas se observa una carencia de películas ideológicamente de izquierdas, pero unos pocos directores (casi todos europeos) "se atreven" a hacer de sus obras un espacio de reflexión que le exponga al espectador situaciones que de otra forma le serían desconocidas o ignoradas. Fernando León de Aranoa, Ken Loach, los hermanos Dardenne o Costa-Gavras son parte de una suerte de "resistencia" de cineastas que no entienden el cine como mero entretenimiento, ni siquiera sólo como arte, sino como herramienta de cambio político o, al menos, de creación de conciencia colectiva. Aquí hablaremos de Missing, una de las mejores películas de Costa-Gavras.
El film empieza con dos personajes, un hombre y una mujer, apeándose de un coche en la puerta de un hotel. Hablan de toque de queda, de cadáveres, y ella muestra la preocupación por las notas que él toma en un cuaderno. Se nos muestra la última página escrita de éste y observamos una fecha: 16 de septiembre. Poco antes hemos visto militares copando todas las calles y una fiesta en un palacio donde un nutrido grupo de ricos están celebrando una fiesta, con trajes y vestidos caros, música y champagne. Un convoy de militares pasa por delante de la fiesta; éstos saludan, aquéllos aplauden. Con esta introducción el director griego consigue dos cosas: por un lado, representa la alegría y el agradecimiento de las élites económicas hacia el ejército, que les va a permitir mantener sus privilegios a costa de sacrificar la democracia. Por otro, sitúa geográfica e históricamente la trama: hace cinco días que Pinochet ha derrocado con su golpe de Estado al gobierno de Salvador Allende. Aunque en ningún momento se va a nombrar a Chile, el espectador ya sabe de qué va a hablar la obra.
La pareja protagonista, Beth y Charles Horman (interpretados por Sissy Spacek y John Shea), son un matrimonio estadounidense que se decidieron por un exilio voluntario para vivir en primera persona el intento de Estado socialista que el Gobierno de Allende trató de construir en Chile. Debido a sus ideas revolucionarias, ahora se encuentran perseguidos por razones ideológicas. Y, de hecho, una mañana él desaparece. Los milicos se lo han llevado. Es entonces cuando su padre, Ed Horman (Jack Lemmon), viaja a Chile para tratar de encontrarlo. Beth y él inician una "pelea" contra toda institución estadounidense presente en Chile para tratar de obtener alguna información que sirva para saber dónde está Charles, y si está vivo o muerto.
Beth es una personaje magnífica, es mordaz e irónica; inteligente e idealista. Tiene una personalidad muy fuerte y en ningún momento se deja engañar por los funcionarios estadounidenses, es plenamente consciente de que no están ahí para ayudarle sino, muy al contrario, boicotear la búsqueda de su marido. Está claro que en todo momento intuye que "los suyos" saben qué le ha pasado a Charles, pero se niegan a revelarlo por razones políticas. Ed, por su parte, es lo más interesante de la película. Un estadounidense medio de manual, obnubilado por el sueño americano, al que (según su punto de vista) le ha salido un hijo descarriado: un intelectual utópico y socialista. El personaje de Jack Lemmon personifica la situación de casi todo el mundo occidental respecto a las actividades en materia de política exterior de los distintos gobiernos estadounidenses. Adolece de una severa ingenuidad que poco a poco va a perder según pasen los días y tome consciencia de la realidad: a su hijo lo hicieron desaparecer porque obtuvo información sobre la participación y el apoyo de su país en el golpe de Estado. No fácilmente, eso sí. El protagonista va a tener que ver con sus propios ojos horrores como los presos políticos del estadio Nacional de Santiago, torturas, tiroteos, y hasta caminar entre cientos de cadáveres para perder la fe en la pulcritud democrática de su país.
El personaje de Lemmon refleja el objetivo de la película. Gavras quiere que ésta provoque en el espectador el mismo efecto que la búsqueda de su hijo provoca en Ed. Que el público sea consciente mediante el ejemplo de Chile de la inacabable injerencia durante el siglo XX de los gobiernos estadounidenses en los procesos socialistas democráticos del mundo en general, y de América Latina en particular. Esa analogía de la lucidez alcanzada por el personaje y el espectador es el leitmotiv del film.
La narración alcanza su clímax en la última reunión de Ed con el embajador estadounidense. Éste le confiesa que efectivamente su Gobierno ha participado en el golpe y, lejos de avergonzarse, se justifica alegando la necesidad de perpetuar el 'american way of life'. El reconocimiento, al fin, de que la democracia es prescindible, y que si no sirve a los intereses patrióticos es algo a sacrificar, algo que molesta.
Desde el punto de vista técnico, la película está rodada de manera bastante tosca, y la fotografía deja mucho que desear. El cineasta griego no es un artesano de la cámara, desde luego para él es más importante el contenido que el continente. Es uno de los pocos papeles dramáticos de Jack Lemmon, y demuestra con creces que no es sólo alguien que podía hacernos reír. Sissy Spacek encarna en su personaje perfectamente la perspicacia que tanto le falta a Ed. A John Shea no nos da mucho tiempo a valorarlo, ya que está ausente gran parte del metraje.
Basada en un hecho real, Missing fue una película realmente valiente. A pesar de que no se nombra a Chile en ningún momento, estuvo prohibida en ese país durante la dictadura, y se retiró del mercado en EEUU temporalmente por una demanda del embajador estadounidense contra el director. Demanda que el embajador perdió. Nos narra con brillantez uno de los múltiples vergonzosos episodios de intervención ilegítima de EEUU en los procesos democráticos progresistas de países soberanos. Obtuvo el Oscar a mejor guion adaptado y la Palma de Oro en Cannes.
Nota: 9/10
Lo mejor: la evolución del personaje de Jack Lemmon, que representa el final de una ceguera auto-imbuida sobre la naturaleza de la política exterior de EEUU.
Lo peor: no nos dejan conocer en profundidad a Charles, y la película pierde así la oportunidad de desarrollar mejor el choque cultural y político que existe entre él y su padre.
Otras películas interesantes del director: Amén, Estado de sitio, La caja de música, Arcadia.
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